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Aliste 07.10.2012
Han sido casi noventa días de ejercer, noche y día, el oficio más cercano a Dios. Conducir y guardar la grey, salpicar el espíritu de soledades para hablar por dentro cuando no está cerca el compañero. Las ovejas en el centro del cuadro. Los pastores a un lado, solo de escudo, de vigilantes, conductores que buscan pasar desapercibidos, pegados a los perros: 14 mastines y otros canes de apoyo, «listos como el hambre». «Los perros son imprescindibles, sin ellos no sería posible llevar las reses de un lado a otro. Y además están los lobos?».
En la loma aguileña, entre dos riscos, engallado, pero como haciéndose el tonto, mirando a un lado y otro cómo sin querer. «Era grande y bastante gordo, así que en algún sitio habría comido», espeta Sabino Esteban, ya resguardado entre casas de piedra de la floresta y la pradera hermafrodita de la Alta Sanabria; satisfecho tras el camino recorrido, una peregrinación hacia la supervivencia que ha durado tres meses, el tiempo de la luz, de los días eternos. Ahora es el reino del recuerdo, el de aliñar con azúcar el sabor ocre de la intemperie.